La Muerte sobre el Piano de Cola

Sentada ahí tan cerca te oigo tocar tan lejana,
tan ajena a las grotescas formas que adopta la vida ahí fuera
donde esos inmensos supermercados aun conservan esa siniestra iluminación de nevera vacía, y donde toda esa gente continúa acudiendo a ellas en un desesperado intento de llenarlas de algún modo; los hombres continúan delirando el universo.
Pero tú no, tú abres paisajes a la fuerza.
Te deslizas tan humanamente entre estos puentes encorvados que luchan tan penosamente por levantarse, y con tan tierno desprecio los hundes...
Lo sé, he pasado demasiado tiempo difuminado bajo este traje de sombra. Empiezo a descoserme por las costuras.
Y estas manos cuadriculadas...
Estoy cosido a ellas, como el resto del traje; cosido a estas mustias raíces cuadradas que huyen de mí agarrándose a todo con su lógica táctil, como si fueran a caerse de la vida.
Hace poco vinieron a buscarme unos tipos. Decían que podían arreglarme, que podían hacerme un alma a medida. Esos seres sin traje están siempre deseando enseñarte sus agujas y sus máquinas de tatuar trajes. Pero ni hablar. Yo pienso morirme con este traje puesto. Un hombre tiene que permanecer fiel a su delirio.
Fiel al universo.
¿De qué iba servir huir, si todos los aviones son al final el mismo avión; si nunca consigues aterrizar lo suficientemente lejos de todos esos seres traficantes de trajes porque ellos son los que controlan los aviones; si al final acabas aterrizando siempre en el mismo aeropuerto porque, como ya sospechabas, ese aeropuerto era en realidad todos los demás aeropuertos?
No, no hay escape de esta existencia de humo, lo he probado todo: disolverme en papeles, hervir mi orina, bendecirme con un vaso roto. Con lo que he vivido se podían haber llenado cien camisas de fuerza. Con lo que he sufrido se podían haber talado varios bosques de Asia. Pero no; no ha llegado el momento aun.
De un puntapié apartaré a todos esos mendigos y arrojaré a un lado todas las cruces que me echen al hombro.
Ah, todo es tan simple en el fondo...
No podéis confundirme con vuestros medicamentos contra la fiebre.
No podéis retenerme con los desbordantes verbos de vuestros dioses judíos.
No volveréis a domesticarme jamás. Después de todo ya hemos hecho con mis entrañas lo que hemos podido y yo sigo idéntico a mí mismo.
Que me jodan si no.

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