Acordamos ser dioses dinosaurios en nuestra propia extinción.
Gobernábamos el cemento y amábamos el viento en los sables; tejíamos nuestra realidad a arañazos.
De repente nuestros cuerpos eran toneladas de aire en aquel estado de sombra y sentimos desprecio por cualquier forma de retorno a uno mismo.
Nos llamaron indigentes
porque desenterrábamos monedas y buscábamos cajones en la basura.
Quisimos explicárselo con cerillas. Nos llamaron imprudentes.
Nos escribieron a martillazos en la pared de la iglesia.
Nos bautizaron con soles apagados.
Nada ni nadie nos volvería a crear jamás.
Te lo resumo:
ResponderEliminarAcabo de leer esto y lo primero que he pensado ha sido: "Hijo de pu..."
La próxima ronda de mamadas, la pago yo.
Lo mismo. Punto por punto lo mismo.
ResponderEliminar