Una Caída.

En la ciudad, alguien me dijo que tiene hambre, quiere puré, puré de carne de niño, quiere una vida buena, una vida mejor, una cadena perpetua atado al tubo de escape de un rinoceronte borracho, un hijo rubio, una hija con tentáculos, un perro alado que cague nata montada, una polla más grande, tener un caballo con el cuerpo degollado de un policia canadiense que cabalgue hasta el fin de la cordillera de lodo por llevarle una bolsa de té negro envenenado, quiere ser un astro incombustible que viaje a través del universo con su incandescente cuerpo de bikinis y helio.

Alguien ha dicho que tiene una visión, un nuevo cambio gestándose en su cabeza como un tumor.

Me reí ante todo esto, naturalmente, me reí tanto que monté en cólera porque como todas las cosas graciosas, pierde la gracia tras mucho reírla.

Así que, sin más, tomé mi revolver y miré a aquella persona a los ojos sabiendo que echaría de menos su sentido del humor.

Le di un balazo y mi bendición.

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